viernes, 11 de marzo de 2016
martes, 1 de marzo de 2016
LOS ATRAPASUEÑOS
Seguro
que muchos de vosotros habéis escuchado esta palabra en más de una
ocasión, y es probable que a estas alturas sepáis el objeto al que
designa, el cual ha proliferado en las tiendas esotéricas o New Age
en los últimos años. Nada más verlos, llama la atención su
configuración, con hilos entretejidos cual telaraña en el centro de
una circunferencia realizada en madera, y de la cual penden diversos
colgantes con plumas coloridas. En sí, es un bonito y decorativo
objeto, y si atendemos a la propia palabra, es fácil imaginar su
utilidad pero ¿de dónde proceden en realidad? ¿son eficaces? ¿se
les puede dar un sentido únicamente chamánico, o encierran algo
más?
En
la actualidad, y tras haberse hecho bastante populares, sabemos que
los Atrapasueños son instrumentos de poder por encima de
todo, provenientes de una ancestral cultura chamánica radicada en
naciones nativas norteamericanas, y realizados absolutamente de
manera artesanal. El arco central más grande y visible representa
a la Rueda de Vida, y está atravesado por una malla. En su
simbolismo más auténtico, dicha malla representa a los sueños que
tejemos, no sólo en nuestras experiencias oníricas nocturnas, sino
también a los sueños del Alma y a la energía en movimiento
generada en nuestras actividades cotidianas. El centro de la red
es considerado como el vacío o Espíritu creador.
El
Tiempo de los Sueños, denominación que otorga el Chamanismo a
nuestros sueños nocturnos cotidianos, es influenciado por buenas y
malas energías en todo momento, de la misma forma que ocurre con
todo lo que se mueve en este universo. Estos sueños, siempre bajo el
prisma chamánico, son clasificados de tres formas distintas: sueños
positivos, sueños negativos, y aquellos que finalmente olvidamos
mientras nuestro cuerpo descansa. Por eso, la función del
Atrapasueños es alejar a aquellas energías negativas que se
acercan a nuestro espíritu en sueños. En caso de que éstas
pretendan perturbarnos, son atrapadas en la malla y se disipan por el
agujero central cuando los primeros rayos del sol asoman por el
horizonte. De esta manera, dicho artilugio sólo permite que se
filtren los sueños “buenos”, eliminando los “malos”, y
quedando enganchados en sus plumas, originariamente de águila, los
cuales finalmente olvidamos por no ser vitales para nuestro
aprendizaje existencial.
La
palabra
atrapasueños proviene
de la inglesa “dreamcatcher”,
y tiene su origen en la ancestral creencia de dos naciones nativas
americanas, los Ojibwa
y los Lakota.
En la lengua de los Ojibwa,
a este amuleto se le llama “Asabikeshiinh”
(araña), aunque también se le conoce con el nombre de “bawaajige
nagwaagan”
o cepo de los sueños. Cuenta la leyenda que una mujer araña que
llevaba por nombre Asibikaashi,
se encargaba de cuidar y proteger a la gente de la tribu por las
noches. Debido a la gran dispersión que sufrieron los nativos
americanos con la llegada del hombre blanco, la mujer araña optó
por continuar luchando para que la magia protectora alcanzase a todos
sus congéneres de raza, tejiendo redes con propiedades mágicas para
ir colocándolas después sobre las camas de la gente. De esa manera,
se atraparían los malos sueños, siendo eliminados al llegar el
amanecer. A raíz de esta creencia, el Atrapasueños
pasó a colocarse encima de la propia cama, o especialmente sobre la
cuna de un recién nacido, pues se
considera un poderoso instrumento de protección ante la magia negra
y los influjos negativos.
Tradicionalmente,
los Ojibwa
construían los Atrapasueños
atando hebras de sauce alrededor de una argolla circular de unos 9
centímetros o con forma de lágrima, dando como resultado una red
semejante a una telaraña, hecha a su vez con fibra de ortiga teñida
de color rojo.
Sin
embargo, para el pueblo Lakota de la tribu Sioux de
Norteamérica, los Atrapasueños funcionan de distinta forma.
En su caso, las pesadillas pasan por la red y se dirigen hacia el
centro, mientras los buenos sueños quedan atrapados en los hilos y
hebras, y se deslizan hacia las plumas, por las cuales descienden
hasta la persona durmiente. Como es obvio, no se puede asegurar si
alejan o no los malos sueños y bajas energías, o las malas
vibraciones, pero sí que ejercen un poderoso efecto psicológico
sobre el durmiente.
Según
la leyenda
lakota,
un viejo chamán estaba en una montaña cuando tuvo una visión. En
ésta, Iktomi
-
el maestro de la sabiduría - se le aparecía en forma de araña para
hablar con él. Mientras hablaban, Iktomi
tomó un trozo de madera del sauce más viejo, y dándole forma
redonda, comenzó a tejer una telaraña empezando desde afuera y
avanzando hacia el centro. Cuando terminó, la adornó con plumas que
tenía a mano, pelo de caballo, cuentas y adornos, y se la dio al
anciano lakota diciéndole: "Mira
la telaraña. Es un círculo perfecto, pero en el centro hay un
agujero. Úsala para ayudarte a ti mismo y a tu gente, para alcanzar
tus metas y para hacer un buen uso de las ideas de la gente, sus
sueños y sus visiones. Si crees en el Gran Espíritu, la telaraña
atrapará tus buenas ideas, y las malas se irán por el agujero".
El anciano le pasó la visión que había tenido a su pueblo, y ahora
los lakotas usan el Atrapasueños
como la red de la vida. Esta tribu
cree que dicho talismán protege su destino, pues lo cuelgan
encima de las camas de los niños para escudriñar los sueños y las
visiones. Lo bueno de los sueños queda capturado en la telaraña de
la vida y enviado con ellos, y lo malo escapa a través del agujero
del centro y no formará nunca más parte de ellos.
Sin
importar cual de las dos leyendas sea la verdadera, ambas tienen la
misma finalidad, que no es otra que eliminar los malos sueños y
mantener los buenos. Como es habitual, los seres
humanos tomamos prestados de otras culturas determinados símbolos
cuando consideramos que nos pueden resultar de ayuda. En este caso,
la civilización occidental ha adoptado
este objeto, tal vez debido a su toque étnico, pero sobre todo para
apoyarse en él a la hora de visualizar y generar energía positiva y
buenas vibraciones, especialmente en los sueños, que es cuando más
desprotegidos nos encontramos.
A
pesar de que los Ojibwa comenzaron a comercializar estos amuletos en
los años 60 del siglo pasado, y aunque siguen siendo muy criticados
por sus congéneres ante lo que, en cierto modo, fue una profanación
de sus secretos mágicos, hoy día siguen manteniendo la misma
esencia. Su sola presencia en un
dormitorio parece alentar a que nuestra psique se predisponga de
manera inconsciente para un sueño reparador y tranquilo.
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