Soy
de la opinión de que la muerte es tan sólo un tránsito a otro estadio, a
otro lugar donde nuestro espíritu, una vez liberado de su envoltura
física, prosigue su andadura para realizar distintas tareas dependiendo
de lo aprendido o no en esta vida. Y por eso precisamente, y también por
haber tenido sueños y experiencias que así me lo han revelado, sé
con certeza que los difuntos acuden a visitarnos en sueños para tratar
de contactar con nosotros, bien por diferentes motivos, o para
anunciarnos de alguna manera que alguien se va a reunir con ellos
próximamente allá donde se encuentren.
El
sueño al que hago mención tuvo lugar la última semana de Agosto de este
mismo año, y en él me vi envuelta en una situación que jamás había
experimentado hasta entonces. Muchas veces no hacemos caso al simbolismo
de los sueños, y tal o cual objeto no nos sirve de orientación, a
menudo porque nos da pereza detenernos unos minutos a interpretarlo, o
bien porque confundimos su significado. Es lo que me sucedió a mí, hasta
que la vida me demostró definitivamente que andaba equivocada, y que el
sueño me había hablado con una claridad diáfana. Dice El Talmud
– libro sagrado hebreo donde se estudia el Antiguo Testamento -, que no
interpretar un sueño es como recibir una carta y no leerla. Pues bien, yo recibí una carta-sueño, pero por pereza y olvido no la “abrí ni leí” debidamente.
Aquella
noche me acosté como de costumbre, pero tuve unas cuantas pesadillas
que me generaron gran desasosiego, sobre todo porque eran increíblemente
idénticas. Aquello me sorprendió, pues no había motivo para que se
produjesen dado que durante el día no había tenido ninguna experiencia
desagradable o con la que me hubiese acostado rondando en mi cabeza.
Todo estaba tranquilo en mi vida, así que mis despertares en medio de la
noche fueron abruptos y confusos. Algo me puso en guardia, aunque sin
saber con exactitud a qué hacía referencia. ¿Qué significaban aquellas
pesadillas recurrentes? Sabido es ya por la ciencia que este tipo de
sueños repetitivos pueden producirse en diferentes días para avisarnos
de algo que subyace en nuestro inconsciente, pero ¿en una misma noche?
En
esos sueños extrañamente iguales, el escenario era oscuro y envuelto en
una niebla grisácea que calaba hasta los huesos. Aparte de ella, no
acertaba a ver nada más. Era como una inmensa nebulosa que parecía
querer engullirme, pero sin llegar a conseguirlo. Parapetada tras unas
solitarias rocas, pues la escena se producía en medio de un páramo
desolado, escudriñaba tratando de romper ese velo neblinoso para
percibir si había algo o alguien por allí, pero tan sólo me rozaban los
fríos y gélidos dedos de la densa niebla que, poco a poco, me iba
penetrando hasta el tuétano.
En
un determinado momento, y en todos y cada uno de los sueños de esa
misma noche, un pequeño atisbo de lucidez se apoderaba de mi mente para
tratar de hacerme consciente, sin lograrlo, de un mensaje que parecía
pretender aflorar. A continuación, me despertaba abruptamente de la
pesadilla. Así sucedió en tres ocasiones, hasta que saliendo de la
última, comencé a escuchar el tañir alborotado de unas campanas de
iglesia. El sonido era desordenado y caótico, y me asustó tanto que creí
que estaban sonando dentro de mi propia casa. Me desperté sobresaltada y
sacudí por el brazo a mi marido para preguntarle si él también las
escuchaba, pero me confesó que no las oía, y yo me quedé sentada en la
cama sin saber a qué obedecía ese extraño fenómeno.
Cuando me levanté, me apresuré a escribir los sueños en mi cuaderno, así como a indagar acerca de una posible interpretación.
Debido a que mi familia paterna es oriunda de una pequeña localidad de
Huesca, de niña y hasta bien entrada mi juventud pasaba las vacaciones
estivales en ese pueblecito donde, incluso hoy en día, parece haberse
detenido el tiempo. Por ese motivo, reconozco perfectamente los
diferentes tañidos de las campanas de una iglesia: a boda, a misa, a
mortijuelo (cuando fallece un niño), a muerto... Los he oído muchas
veces, y por eso no asocié ninguno de ellos a lo que yo había escuchado
esa madrugada al despertar. Aquel voltear caótico de campanas me
resultaba irreconocible. Mi
marido me tranquilizó diciendo que también podía significar algo
espiritual, pero yo estaba muy intraquila y las presentía de mal
augurio. Mi intuición se confirmó al día siguiente, cuando nos
telefonearon para comunicarnos que la abuela materna de mi marido había
sido ingresada de urgencia en un hospital de la localidad donde residía.
Justo una semana después, la enterrábamos.
A
la vista de lo sucedido, considero firmemente la posibilidad de que se
me estuviese avisando de su fallecimiento, pero en aquel momento fui
incapaz de entenderlo. Si las campanas hubiesen tocado a difunto me
hubiera orientado mejor. Lógicamente, no pensé en un posible
fallecimiento de alguien cercano, sobre todo porque ignorábamos que la
abuela de mi pareja estuviese gravemente enferma, dado que la familia
nos lo había ocultado para no preocuparnos.
Obviamente,
a estas alturas continúo sin saber qué o quién hizo sonar esas
campanas, pero de lo que sí estoy segura es de que sonaron para avisarme
de aquella próxima defunción. Tal vez pudo ser mi inconsciente, o tal
vez los del “otro lado” me advirtieron de lo que iba a suceder. Sea como
fuere, mi conclusión es que jamás debemos obviar
cualquier signo o símbolo que se repita en nuestros sueños. Su capacidad
de conexión con nuestra psique es tan grande, que menospreciarlo
implica cometer un severo error del que muchas veces podríamos
arrepentirnos.