domingo, 3 de enero de 2016

LA IMPORTANCIA DE LOS SUEÑOS




Desde niños, y ya en las aulas, se nos enseñó a reconocer y valorar los cinco sentidos que posee el ser humano: vista, oído, olfato ... pero hubo algo que, desde tiempos algo lejanos, se pasó por alto: la enseñanza de los sentidos superiores. En la antigüedad clásica resultaba habitual incluir entre las lecciones del alumno el reconocimiento de dichos sentidos, como la existencia en nuestro interior de la intuición, la percepción del amor o la percepción de la espiritualidad. Sin embargo, en la actualidad dichos aspectos se han omitido, dando a entender que no son considerados de vital importancia. Tal vez no lo sean, pero sí resulta incuestionable que son de una utilidad sumamente valiosa para el desarrollo del individuo, y por qué no, para el devenir de su suerte.

La importancia de los sueños resulta cada vez más innegable, a pesar de ser denostados oficialmente por la ciencia ante las pocas aportaciones empíricas que suministran. Sin embargo, pasar de puntillas por lo que los sueños nos transmiten impide que obtengamos una serie de enseñanzas magníficas, pues entre otras cosas, nos ayudan a recuperar y reconocer esos otros sentidos de los que hablaba y que pasamos por alto con frecuencia. Al dormirnos, entramos en contacto con nuestra esencia y con todas las experiencias acumuladas, y por eso resultan de una ayuda tremendamente valiosa, tal como descubrieron algunos psiquiatras del siglo XIX y XX.

Sigmund Freud y Carl G. Jung son dos de los más famosos, por ser prácticamente pioneros en el estudio y descubrimiento de lo que el mundo onírico tenía oculto en su misterioso frasco de esencias. A ellos debemos el que nuestros sueños se revelasen, nunca mejor dicho, como una gran ayuda terapéutica para muchas de nuestras dolencias a diversos niveles. Antes de estos dos psiquiatras, los sueños eran considerados habitualmente algo esotérico, especial y misterioso, pasando a ser metidos directamente en un cajón de sastre junto con otras artes adivinatorias que lo difuminaban todo y a las que no se les prestaba ninguna atención.

Sin embargo, fue Freud el primero en darse cuenta del valor de nuestros sueños. Investigando con sus propios sueños, ya en el siglo XIX comenzó a dar luz a este tema, creando el famoso y complejo psicoanálisis, que saca a la superficie todo lo que la persona lleva en su inconsciente para darle sentido. Freud descubrió que la mente del ser humano se asemeja a un iceberg, pues tan sólo asoma una pequeña parte al exterior, que es la que vemos y manejamos de forma cotidiana. Sin embargo, “bajo el agua” subyace una especie de “saco”, al que llamamos inconsciente, y que es donde reside todo lo que hemos vivido, tanto en esta como en otras vidas (para el que crea en cuestiones reencarnacionistas). Cuando esta información, que dormita oculta en nuestro interior, es negativa, nos hace daño sin que comprendamos de qué manera influye en nuestro comportamiento: agresividad inexplicable, inconstancia, soledad... 

Buscando en nuestro inconsciente, y sacando a la luz todas nuestras frustraciones, podemos comprenderlas y sanarnos. ¿Pero cuál es la mejor forma de sacar esta información a flote? Sin lugar a dudas, la herramienta por excelencia es el sueño, mediante el cual liberamos y expulsamos todo lo que hay de nocivo en nuestro interior. Digamos que éste actúa cada noche a modo de un psicoanálisis que nos realizamos a nosotros mismos. Los sueños son otra realidad a la que podemos acceder, siempre que los sepamos conducir y/o interpretar correctamente. Para adentrarnos en ellos debemos hacerlo, habitualmente, a través de los signos o símbolos que aparecen en esas escenas oníricas. Es poco frecuente, aunque no imposible, que recibamos mensajes directos y que no necesiten interpretación, pero esos se encuadrarían en otro tipo de sueños, como los premonitorios, telepáticos o mediúmnicos, por poner un ejemplo.

Retornando a los sueños de descarga o desprogramación, esto es, los cotidianos y en los que sacamos a flote lo que llevamos retenido en nuestro interior, pueden contener alguna clave para ayudarnos a liberar procesos psicológicos traumáticos que llevamos anclados. En ese caso, el entendimiento o comprensión de lo que significan los diversos símbolos nos ayudaría ampliamente en nuestra tarea terapéutica, pues son una auto-defensa natural nocturna de nuestro ser interior. Carl Jung trabajó mucho esta parte, y con ello llegó a descubrir el famoso Inconsciente Colectivo, ese que aglutina toda la información de la humanidad, y que ahora también denominan Registros Akhásicos. Jung se adentró en este terreno cuando el paciente que acudía a su consulta le contaba un sueño y no encontraba ninguna relación con la vida del individuo. A partir de ahí, analizaba el signo y extraía conclusiones, aunque también llego a auto-analizarse él mismo, obteniendo importantes y trascendentes respuestas.

Hay que tener en cuenta que los signos y símbolos los entiende nuestro hemisferio derecho, pues es el más sutil, creativo y vidente, si se me permite la expresión. Con él podemos llegar a tener percepciones extrasensoriales, como a mí misma me ha ocurrido en numerosas ocasiones, y estoy convencida de que también a muchas otras personas. Estos símbolos están relacionados con el inconsciente colectivo, y nuestro hemisferio derecho los comprende mucho mejor. Dichos símbolos son arquetipos entronizados en la humanidad entera, aunque con variantes, siempre dependiendo de la formación y entorno en el que se mueve cada persona, y predominando, ante todo, las creencias religiosas. Deseo recalcar que éstas son muy importantes a la hora de analizar debidamente un sueño o experiencia onírica.

Como es conocido a estas alturas, existen diferentes tipos, siempre en base a lo que vamos vivenciando en el día a día. Los más comunes son los sueños de descarga, en los cuales nos liberamos de la “suciedad” de las experiencias cotidianas, que han quedado retenidas y no saben cómo aflorar al exterior. También están los sueños terapéuticos, que nos envían mensajes para que descubramos lo que ocurre dentro de nosotros mismos: fobias, inseguridad...., y además tenemos en ocasiones sueños lúcidos, que implican alcanzar la consciencia de que estamos soñando. Este tipo de sueños se pueden utilizar en nuestra propia ayuda, tal como asevera Stephen LaBerge, de la Univesidad de Stanford (USA), o Paul Tholey, en Alemania, ambos, auténticas eminencias en el apartado de los sueños lúcidos.

Pero aparte del tipo de sueños que antes mencionaba, también existen otros de índole más profunda y especial: premonitorios, telepáticos, lúcidos, resolutivos de problemas, paranormales o extrasensoriales. Además de ellos, tenemos también los famosos viajes astrales que nos permiten “viajar” sin habernos movido de nuestro lecho, aunque existan ciertas discrepancias entre los estudiosos del tema. El propio LaBerge asegura que los viajes astrales son realmente viajes mentales, porque lo que se desplaza es únicamente la mente. Sin embargo, los que sí han profundizado en este tipo de experiencias lo contradicen diciendo que sí existe una auténtica salida extracorpórea.

Son grandes misterios que, por fortuna, poco a poco y con la ayuda de los estudiosos que a ello se aplican, vamos descubriendo. Por eso, aconsejo no menospreciar en absoluto las experiencias oníricas, y tenerlas muy en cuenta en nuestro día a día. Son los maestros “escondidos”, que desde el insconciente, nos van dictando las lecciones de vida que más nos pueden ayudar en cada momento.




No hay comentarios:

Publicar un comentario