Continuando con mi último artículo acerca del fenómeno de los egregores, comentaba que hay diversas maneras de crearlos si esa es nuestra voluntad, y también de eliminarlos si se han convertido en algo que afecta de manera nefasta a nuestra vida. Por desgracia, eso sucede más a menudo de lo que pensamos. Lo que puede nacer como una forma positiva de pensamiento, en ocasiones se vuelve en nuestra contra debido a que nosotros así lo generamos de manera inconsciente. Recordad que el pensamiento es creador, pero muchas veces no lo dominamos y campa a sus anchas.
Si releéis el artículo anterior, mencionaba que para que un egregor sea fuerte y “consistente”, debe estar alimentado por los pensamientos de muchas personas. Existen muchos tipos de egregores, por ejemplo, sobre personas famosas, políticos, cantantes, escritores... Todos aquellos personajes que tienen una faceta pública seguida por un numeroso grupo de gente pueden originar la creación de un egregor en torno a su imagen. Esto es debido a que sus seguidores piensan en ellos, hablan de ellos, y proyectan sus propias ideas o conclusiones sobre esas personas. Hay egregores sobre libros leídos por millones de personas, y que tienen un campo energético propio formado por las ideas, opiniones, críticas y comentarios, mentales, así como reacciones emocionales de todos esos lectores. Y por supuesto, también influye el que sean libros acerca de temas positivos, que generan un egregor realmente constructivo, o libros que por su temática y contenido, pueden generar unas vibraciones tan negativas que nos hagan sentir mal sin saber por qué. Esa es la demostración de que el egregor que se ha creado ejerce unas influencias no deseables sobre nosotros.
Como es lógico pensar, el poder o alcance de un egregor es directamente proporcional a la cantidad de personas que lo crean o generan, aunque para ello tienen que sostenerlo con sus emociones, su atención, y muchas veces también su intención. Todo egregor, como entidad, se identifica con su creador, y siempre que se le llame (aunque sea de manera inconsciente), vendrá en apoyo o auxilio de quien le brinde "alimento", es decir, emociones. De ahí que en el mundo esotérico se les llame, con bastante frecuencia, Vigilantes. El lado negativo de todo esto es que hay colectivos que tienen emociones muy hostiles, y por ello, el egregor se va tornando agresivo. Como se alimenta de esas emociones de sus creadores (existe una auténtica retroalimentación), el egregor a su vez influye en su gente, pues tiende de manera natural a homogeneizar a todos sus componentes.
No obstante, hay algo positivo en todo esto, y es que un egregor sólo existirá mientras su creador o sus creyentes crean en él y lo recuerden, o bien la energía que los crea y mantiene permanezca. De ahí que se puedan realizar algunas acciones para eliminar a esos egregores que nos hacen daño y nos perjudican. Si así lo deseamos, los humanos podemos limpiar y desmontar un egregor, simplemente porque tengamos la intención de hacerlo. Obviamente, no es una tarea sencilla, pues dependiendo del egregor que sea, requerirá que invirtamos una cantidad determinada de energía equivalente a la de esa entidad a eliminar.
¿Cómo eliminarlos?
La respuesta es lógica. Para combartirlos y quitarles fuerza hay que debilitarlos por completo. Lo primero que debemos hacer es dibujar en un papel la representación del egregor. Por ejemplo, si sentimos que nuestra vida está encadenada a situaciones negativas vividas en experiencias del pasado, dibujaremos las imágenes de unas cadenas o de una cuerda que nos ahoga. Es un símbolo de ese encadenamiento y dolor, que con toda probabilidad, ha originado que creásemos nuestro propio egregor durante años.
A continuación, lo quemaremos en la llama de una vela o con una simple cerilla, pues el fuego es purificador. Al mismo tiempo que lo quemamos, pensaremos y sentiremos la desconexión de él, y nos esforzaremos por experimentar una liberación personal con pensamientos de gratitud por haber roto esas cadenas. De esa manera, le estamos quitando poder sobre nosotros, sintiéndonos libres pero permaneciendo alertas para no debilitarnos y volver a pensar de manera negativa nuevamente.
Lo fundamental es cambiar nuestra vibración y elevarla, y la única manera de lograrlo es emitir buenos pensamientos y sentimientos. Es así como se va destruyendo. A muchos de los que lean esto les vendrá enseguida a la mente la Ley de la Polaridad, y es algo muy acertado, pues hay que concentrar la atención justo en el polo opuesto al que deseamos suprimir. Es decir, es fundamental desviar la atención y no enfocarnos para nada en el egregor. Si odias, piensa en algo que te genere amor. Y si además lo refuerzas con la palabra, dicha en voz alta, todavía tiene más eficacia. Las palabras dichas con sinceridad, convicción y fe, actúan como bombas vibratorias tremendamente explosivas. Su estallido desintegra las energías condensadas y genera esa transformación que deseamos. Si ante un conflicto, repetimos afirmaciones sinceras, con plena comprensión, sentimiento y determinación, éstas atraen de manera contundente la ayuda de la energía positiva universal. Y por supuesto, hay que hacerlo con gran confianza y desechando cualquier duda.
El mejor consejo es que se tenga mucho cuidado con lo que pensamos en ese momento en que nuestra emociones están alteradas, ya que eso producirá grandes efectos en nuestras vidas y en todo nuestro entorno. Pensar y sentir en positivo es la clave para eliminar un egregor.
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