Es muy probable que a estas alturas la mayoría de vosotros sepáis que pasado mañana se celebra la festividad de Yule, la segunda celebración o sabbat más importante para los paganos, no sólo para los wiccanos como mucha gente me ha preguntado. Hay que tener en cuenta que la Wicca es una religión neo-pagana y biteísta (creen en un dios y una diosa), creada en el siglo XX, y que aglutina una serie de saberes y rituales de épocas más remotas. Sin embargo, la tradición de Yule, así como la de otros Sabbats, también es celebrada por el resto de paganos, aunque no pertenezcan a la religión wiccana.
Para explicar un poco esta celebración, diré que YULE es una palabra que proviene del antiguo anglosajón GEO o GÉOHOL, haciendo alusión a esta determinada época del año. En realidad, Yule se celebraba durante 12 días de calendario en la antigüedad, no sólo en los días comprendidos entre el 20 y 23 de Diciembre como se hace en la actualidad.
Sin lugar a dudas, éste es el momento de las sombras y de la oscuridad. Astronómicamente, el sol ocupa el lugar más bajo en el cielo, teniendo lugar durante estos días la noche más larga del año. Por eso, en estas fechas se celebra la fiesta del renacimiento de la luz, entroncando directamente con los antiguos cultos femenino-maternales, es decir, la fertilidad y gestación de la vida. De ahí que la celebración fundamental sea el antiguo culto a la Gran Madre, la Diosa, la Madre Tierra, la maternidad o la representación femenina de la energía universal.
El renacimiento del Dios Sol, de la esperanza y la luz, es lo más importante en estas fechas, pues a partir del solsticio de invierno, los días empiezan de nuevo a ser poco a poco más largos, y las noches más cortas. Del día 20 de Diciembre en adelante, comienzan a realizarse todos los rituales y celebraciones relativos a esta festividad.
Aunque los cristianos impusieron la Navidad suplantando a los antiguos ritos paganos, no debemos olvidar que las costumbres de dicha fiesta provienen directamente de esas antiguas celebraciones. Ese es el origen de que los colores predominantes en estas fechas sean el verde y el rojo. Ambos simbolizan la presencia de los espíritus de la naturaleza, y no se utilizan por casualidad, ya que corresponden a un antiguo conocimiento iniciático: el rojo simboliza la sangre que fertiliza la tierra y da vida, y el verde es el color de la naturaleza. Por tanto, siempre se han utilizado para adornarlo todo durante esta festividad, ya que se consideraba que tras la llegada de la luz comenzaba la vida a resurgir en los campos. Sin lugar a dudas, son arquetipos de renacimiento y renovación.
Los adornos que se colocan en el árbol de Yule guardan también una antiquísima simbología. Inicialmente, el árbol de Navidad era un tronco que se quemaba durante la noche del solsticio para atraer la luz y la prosperidad en la noche más larga del año. Antes de hacerlo arder, se adornaba con piñas, acebo o hiedra, en general plantas siempre verdes para atraer la fertilidad de los campos. Las cenizas se conservaban durante todo el año, pues se decía que podían curar enfermedades, y también se conservaba un trozo del tronco carbonizado para prender el del solsticio siguiente.
Las luces navideñas eran antiguamente velas que se colgaban invocando la llegada de la luz. Las bolas de colores y las estrellas simbolizan a los espíritus del cielo, esos que los antiguos veían al caer la noche en un mundo donde no existía la luz eléctrica. Las campanitas siempre se ha creído que ahuyentan a los espíritus negativos, y las piñas y otros frutos simbolizan la abundancia y la fuerza.
Era habitual que las casas se adornasen con hiedras y guirnaldas de acebo y muérdago, que simbolizaban protección. Por eso, las parejas que iban a casarse ese año se besaban bajo estas guirnaldas como símbolo de prosperidad y afianzamiento del futuro matrimonio. De ahí que en el altar de Yule no puedan faltar las plantas antes mencionadas, ni tampoco los inciensos de pino, laurel y cedro.
Los alimentos que se consumen y se ofrendan durante esta celebración son las galletas de jengible, el pavo, cordero, sidra, cerveza, nuez moscada, canela, manzanas asadas...
Practiquéis la religión que sea o tengáis el credo que tengáis, os recomiendo que le dediquéis aunque sólo sea unos breves minutos cada día a esta celebración que se alarga con la Navidad cristiana. Es un buen momento para reflexionar sobre lo que la luz y el sol nos han procurado en los meses anteriores, repasando aquellos errores que hemos cometido en el pasado para no volverlos a repetir en el futuro.
Simplemente es un ejercicio personal, pero que ante la celebración que se aproxima nos puede ayudar a encarrilar de nuevo nuestra vida y volver a afianzar nuestros pasos para la nueva llegada del sol una vez más, como en cada ciclo anual.
¡Feliz Yule a tod@s!
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