Desde hace muchos, muchos años, me he sentido fascinada por el mundo de la magia. Tal vez se deba a que mi abuela materna, de manera discreta, practicaba algunos rituales que llegaron hasta mí. No fueron muchos los que me transmitió, porque ella pasó al otro plano cuando yo era demasiado joven, pero su esencia quedó y además la llevo en mis genes.
Analizando esas fuerzas con las que trabajo, y aunque es cierto que todo depende de la finalidad con que se practica la magia, también es verdad que ésta encierra muchas energías que pueden ser canalizadas apropiadamente. Por ello, el “problema” no es la magia en sí misma, sino más bien la utilidad que se le da. De ahí que mi máxima sea siempre utilizar la Magia Blanca, orientada en todo momento a hacer el bien. Para quien no lo conozca, este tipo de magia viene practicándose desde tiempos inmemoriales.
Si alguien tiene alguna duda, debo confirmarle que los hechizos y rituales SÍ funcionan, porque cuando se realiza un hechizo se formulan toda una serie de ritos, conjuros e invocaciones que mueven las energías y las canalizan para lograr un objetivo concreto, ese que nos proponemos.
La magia blanca es un conjunto de rituales cuyo objetivo es el control de los atributos de los espíritus universales que permiten la comunicación con entidades sobrenaturales. Este tipo de magia incluye hechizos, sortilegios y espíritus. El principio fundamental de este misterio es que todo el universo está conectado, y que los hechos se pueden ver influidos por el espíritu humano.
Con mis rituales de Magia Blanca ayudo de manera directa o indirecta en algunos temas de interés que los seres humanos tenemos en mente constantemente. Por ejemplo, abrir caminos en temas tan importantes como los laborales, económicos, de salud o afectivos. Por otro lado, intento reforzar sentimientos de protección, limpiar las malas energías, deshacer hechizos de otro tipo de magia, desatar nudos generados por otras magias, etc.
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